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Querido Arturo:
No puedo concederte la entrevista que me solicitas, pero al menos ahora puedo explicar cómo fui capaz de cambiar de actividad y lograr tanto en tan poco tiempo. No es la historia completa, pero pronto descubrirás el resto.
Hace cinco años, antes de convertirme en bióloga, yo tenía una tienda de antigüedades. Al enchufar una lámpara vieja y peculiar, para probarla, me llevé un gran susto. En vez de encenderse dejó escapar una gran humareda de la que se materializó un genio que me ofreció los tres deseos de rigor.
Esbocé mi primer deseo en un anotador y lo leí en voz alta para evitar errores.
--Mi deseo es que toda la gente se vuelva definitivamente invulnerable a cualquier tipo de enfermedad, disfunción corporal, deterioro físico o envejecimiento. Permanecerán vivos y seguirán pensando, sintiendo y actuando como personas saludables... ¿Qué has dicho?
--Mmm... Puede haber dificultades con ese deseo --dijo el genio, dubitativo--. Quizás debas desear alguna otra cosa.
--¿Cómo que otra cosa? Esto es lo que yo deseo.
--Un deseo como ese... no es ortodoxo. Nunca nadie pide cosas así. --Parecía avergonzado.
--Pero de seguro habrás curado enfermedades otras veces. ¿No lo puedes hacer?
--No es lo mismo, y no lo puedo conciliar con nuestras costumbres.
--Es simple. Dijiste que me concederías tres deseos. No puedes echarte atrás ahora. Te he pedido un deseo, ahora cúmplelo.
--No puedo hacerme responsable por semejante desviación. Tendré que pedir consejo.
--Está bien, consúltalo. Mas no esperes que te deje escapar.
El genio se hizo humo de nuevo y buscó una chimenea para salir, pero tuvo que conformarse con la ranura para el correo. Se rematerializó una hora después. Un peso real se hubiera deslizado a través de su cuerpo, pero él parecía soportar uno inmaterial.
--Ese deseo es demasiado grande para ser adecuado. No puedes desear cambiar el mundo entero. Tus deseos tienen que estar relacionados a ti directamente. ¿Puedes desear alguna cosa que te incumba a ti como individuo?
--Yo podría insistir, pero te lo haré fácil. Deseo una clase de poder sin precedentes.
El peso se levantó de los hombros del genio.
--Esa es la idea. ¿Qué clase de poder?
--El poder de librar a la gente de enfermedades y decadencia cuando me vean. Cuando alguien me vea, el poder se activará y hará a esa persona permanentemente invulnerable a cualquier tipo de enfermedad, disfunción corporal, deterioro físico o envejecimiento. La persona permanecerá viva y seguirá pensando, sintiendo y actuando como una persona saludable. No habrá ningún signo exterior del cambio... ¿Ahora qué?
--Vaya, pensé que nos habíamos entendido. El deseo tiene que ser de algo para ti, personalmente.
El peso regresó, sólo que más pesado.
--Esto lo es. Cualquier poder que se precie afecta a otras personas, y tu has concedido poderes a otros antes. Si yo deseara el poder de ganar siempre al ajedrez, ¿me lo concederías?
--Sí, le di ese poder a un hombre hace unas pocas décadas. Una lástima que se haya vuelto inestable. ¿Desearías ese poder para ti?
--¿Entonces, por qué no el poder de curar y rejuvenecer a otros?
--Esto va a tener que ser debatido. Tendré que contestarte más tarde. Puede tomar algún tiempo. No tienes que quedarte aquí esperándome, yo puedo encontrarte.
La noche siguiente el genio se materializó desde mi humectador de aire. No parecía gustarle lo que tenía que decirme.
--No se me permite concederte ese deseo. Estás causando dificultades al desear cosas para otra gente. ¿Por qué no deseas algo para ti misma, algo que te complazca personalmente?
--Beneficiar a la humanidad de esta manera me daría más placer que cualquier otra cosa que yo pueda imaginar. ¿Cuál es tu propósito? ¿Por qué objetas deseos solidarios?
--A decir verdad, se supone que tu deseo sea egoísta, de modo que al final se demuestre qué tonta has sido. ¿Dónde estaríamos los genios, concediendo deseos sabios y nobles?
--¿Esto significa que reniegas de tu palabra?
--Quizás puedes encontrar otro deseo...
No encontré ninguna manera de evadir las restricciones, pero encontré una manera de encontrar una manera.
--Está bien. Deseo algo egoísta. Algo que me beneficia a mí, directamente.
--Eso me tranquiliza. ¿Cuál es tu deseo?
--Primero, quiero ser mucho más inteligente. Quiero ser mucho mejor resolviendo cualquier tipo de problema que cualquier persona que haya vivido jamás. Desde luego, yo no debería perder ninguna de mis otras habilidades mentales (o físicas) al adquirir ésta.
--Muy bien, concedido.
A simple vista no hubo señales del cambio.
--Mi segundo deseo es también personal. Quiero volverme definitivamente invulnerable a cualquier tipo de enfermedad, disfunción corporal, deterioro físico o envejecimiento. Deseo permanecer viva y conservar mis facultades para pensar, sentir y actuar, impidiendo heridas graves de las que comúnmente matan o mutilan a personas saludables en la flor de la vida. No habrá signos visibles del cambio excepto por la ausencia de enfermedad, incapacidad, deterioro y envejecimiento. Hazlo alterando la naturaleza y el funcionamiento interno de mi cuerpo, de modo que los cambios puedan ser heredados normalmente. Y la inteligencia superior también; quiero que mis hijos tengan todas estas ventajas. ¿O es demasiado poco egoísta incluir a mis hijos? --Pregunté sólo para distraer al genio de la importancia de esta especificación; había calculado que aceptaría, y no quería que se percatara de sus implicaciones u objetara que esto era más de un deseo.
--No hay problema, cuidar solamente de nuestra propia familia es una forma de egoísmo. Concedido. ¿Y el tercer deseo?
--De ahora en más, podré controlar conscientemente mi ovulación. Ocurrirá sólo cuando yo lo decida firmemente. Este cambio no debe dañar mi fertilidad cuando decida ovular, ni la salud de mi progenie, ni ninguna otra de mis facultades. Y tiene que ser heredable también.
Las consecuencias de la longevidad que yo planeaba darle al mundo sólo podrían ser afrontadas mediante la anticoncepción incorporada.
--Concedido. Me alegra haber sido útil, adiós.
Con prisa se fue y apartó estos contratiempos de su mente.
Al día siguiente vendí la tienda y comencé mi carrera en bioquímica. Tenía que descubrir tanto el diseño normal del cuerpo humano, el cual he publicado, como las alteraciones químicas y genéticas que había hecho el genio en mi cuerpo, y tenía que hacerlo en secreto. Al insistir en que pudieran ser heredadas normalmente, me aseguré de que el genio implementara esas facultades alterando mis genes. Ahora sólo me restaba descubrir qué había hecho el genio, y cómo transmitirlo a los demás.
Decidí trabajar primero en la inteligencia aumentada, así tendría compañía. Probablemente has oído de la misteriosa enfermedad de las "manchas cuadradas". Ese es mi primer producto, un virus que confiere inteligencia como la mía. (Las manchas cuadradas son una característica agregada para facilitar el diagnóstico.) Cuando la contraigas, sólo descansa en cama y come muchas proteínas, y estarás mejor y más inteligente, en unas dos semanas. Luego de eso, el virus seguirá siendo contagioso durante una semana más.
Seguramente alguien va a estar furioso por esto, así que me ocultaré para cuando la historia salga a la luz. Pero una vez que contraigas el virus, no tendrás problema en encontrarme; las pistas en esta carta te dirán dónde. Por favor publica este texto sin alteraciones, para que las pistas no se distorsionen. Quiero que la gente me contacte tras contraer el virus, a fin de trabajar juntos en el envejecimiento, las enfermedades y la ovulación voluntaria. Tengo también una idea para un detector de genios así podremos cumplir más deseos.
Tu amiga,
Ethel
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